Pocas propuestas turísticas pueden resultar más atractivas, para el amante de las flores y las plantas, que la visita a aquellos jardines que han sido creados siguiendo la inspiración de un artista.

Pero si hay uno emblemático, donde más claramente se establece la relación del pintor con su entorno es, sin duda, el jardín y la casa que el pintor impresionista Claude Monet diseñó, creó y disfrutó en Giverny, una pequeña localidad de origen celta, situada a 80 kms. al noroeste de París, en la región de la Alta Normandía. Allí, Monet crea su jardín para inspirarse y lo convierte en una extensión de su pintura. Los colores de la naturaleza terminan por acaparar su paleta y cambiar el rumbo de su obra.

Claude Monet, uno de los grandes artistas del impresionismo francés, había nacido en París en 1840. Tras años de penurias económicas, su situación mejora gracias a que el mercado de obras impresionistas se reanima. Por aquella época también visita Giverny y decide establecerse allí con su familia. Alquila una casa y un terreno adyacente donde comienza a plantar su famoso jardín.

Hacia 1890, finalmente puede comprar la casa de Gyverny y empieza a invertir mucho dinero en el arreglo de la casa y el cuidado de su preciado jardín, en el que introdujo flores tropicales y plantas no autóctonas que pronto levantaron el recelo de los locales, sobre todo con la construcción del estanque que sirvió de cobijo a las ninféas y nenúfares, que tan a menudo aparecen representados en su obra.

Monet murió en Giverny en 1926. Sus obras pueden verse hoy en los mejores museos del mundo, pero aquellas flores que inspiraron muchas de ellas sólo pueden visitarse en este pequeño rincón de Francia.

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